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May 07

«UN CAMINO A LA INTEMPERIE, PERO CON ESPERANZA» por Juan José Granizo

Hoy, 7 de mayo de 2021, es un día especial para la Hermandad, hoy celebramos nuestro tercer día de Triduo, donde se han impuesto la medalla los nuevos hermanos, pero nos hemos quedado con un sabor agridulce porque hoy era el dia de nuestro pregón.
Hoy, por segundo año consecutivo, nuestro querido Pregonero D. Juan José Granizo no ha podido dedicarle sus palabras a nuestra Santísima Madre, tendremos que espera otro año, pero no ha querido dejar pasar la ocasión de dedicarle unas palabras a la Hermandad.
Desde aquí, queremos agradecerle su disposición con la Hermandad y todos los hermanos esperaremos un año más para escuchar su palabras.

 

«Un Camino a la Intemperie, pero con Esperanza»
¡Qué largo se me está haciendo escribir este pregón!
 
Dos años lleva mi lápiz dibujando versos sobre las cuartillas, sin que llegue a cuajar una décima que tenga sentido. Dos años buscando el norte con el que orientar la razón de este sinsentido.
 
A todos se nos hace muy largo el camino a la aldea.
 
Largo y desventurado … que ha habido días en que las ruedas de la carreta se
hundían en el barro y otros en los que el polvo nos cegaba los ojos y resecaba las
gargantas.
 
Ha habido días, amigos, que pensé que estaba perdido. Ha habido días en que las lágrimas no me dejaron ver el romero ni el verde de los pinos.
 
Soy médico epidemiólogo. Los últimos treinta años de mi vida, lejos de prepararme para lo que ha venido, de poco me han servido. Lo que no debería haber pasado, se hizo presente en mi vida de una manera brutal, demoledora y sin fin aparente.
 
Tras tantos meses, el eje de mi fe se quedó en los huesos y las ruedas de la ciencia se rompieron en cualquier cuneta.
 
Este largo año ha sido como una interminable madrugada en el Huerto de los Olivos. Ha sido una noche de preguntas, respondidas con silencios, de dudas sin certezas, de miedos sin refugio, de angustia sin consuelo.
 
Aquel que yo era, ha cambiado. Se ha dejado muchos jirones del alma prendidos en las zarzas.
 
A pesar de nuestra ciencia y de las instituciones que nos dan seguridad, la humanidad sigue estando tan indefensa frente a la fuerza de la Naturaleza como cuando vivíamos en las cavernas, a la intemperie.
 
El progreso ha escondido la Naturaleza tras un telón que la pandemia ha rasgado de arriba abajo, dejándonos solos e impotentes.
 
¿Quién no se ha preguntado el porqué de todo esto?, ¿quién no ha preguntado al
Señor de la Salud, donde estaba en esos interminables días de encierro y duda?.
 
¿Quién no ha mirado al cielo, como los Magos de Oriente, buscando un signo para recuperar el camino?.
 
Fue un domingo de verano cuando la brisa tibia de la tarde me trajo esa estrella con la encontrar mi destino: unos pajarillos se acercaron a mí, alegres y escandalosos. Eran pequeños. Muy pequeños. Piaban y saltaban con total despreocupación de una rama a otra.
 
Ese domingo, la pluma del evangelio de San Mateo ponía en boca de Jesús estas
palabras: “mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en
graneros y vuestro Padre del Cielo las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”.
Fueron esos pájaros los que me hicieron recuperar el camino.
He meditado mucho sobre ese sentimiento de vivir a la intemperie, sin más protección que la Providencia.
Es, además, una experiencia muy propia de la romería y también de la espiritualidad de San Francisco, que nos enseña que la intemperie es el verdadero templo del Salvador: nace en una cueva, predica en los caminos, en las montañas, en los ríos y en los lagos. Muere en el descarnado descampado del Gólgota.
El Hijo de Dios, tomó nuestra carne, acampó – subrayo esa palabra del evangelio en griego de San Juan – entre nosotros. Acampar no es construir castillos, es vivir bajo una frágil tienda.
Fueron los pastores, que acampaban a la intemperie, los primeros que se pusieron en camino, peregrinado a la cueva de Belén. Solo quien se siente desvalido en la intemperie sabe reconocer la Soberanía del que nació en ella.
Por eso, os digo que la Romería está más viva que nunca. Nunca ha tenido tanto sentido como ahora, porque la intemperie es la casa de la humanidad que el Hijo de Dios ha querido compartir con nosotros.
Si, es verdad, que muchos días, sintiendo el terrible frio que hace en esta intemperie, he dicho “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Pero la naturaleza de la que formamos parte, la que nos da la vida, es así. Sencillamente es así.
Si lo miramos a través de los ojos de Francisco de Asís, podríamos cambiar esa pregunta, por esta otra: “Dios mío, ¿Por qué camino me llevas?”, en la que nos reconocemos igual de perdidos, pero en la expectación, no carente de miedo, de una senda que nos lleva a un nuevo destino.
Eso mismo se debió preguntar María cuando Gabriel se retiró de ella.
En el fondo de esta pregunta brilla una luz de esperanza.
Lo sabemos o mejor dicho, lo intuimos. Que a la vuelta de cualquier recodo del camino, que tras aquellas jaras, o quizás tras los pinos de esa loma, aparecerá la blanca estampa de la Ermita.
Nos va guiando un Niño. Y más vale que le hagamos caso, por ese Pastorcillo sabe lo que es vivir a la intemperie, buscando en lo recóndito del monte a todas y cada una de sus ovejas perdidas.
Vamos a apretar el paso, que ya se siente que acaba este azaroso camino. Vamos ligeros, que en Pentecostés el Espíritu iluminará lo que hoy es oscuro destino.
Vamos, que el que viene, es un Rocío de Esperanza.